viernes, 7 de octubre de 2011

Inteligencia y voluntad = Actitud

La forma como nos enfrentamos a la realidad depende en principio de dos constituyentes de la persona humana: radicalmente de su inteligencia y definitivamente de su voluntad. A esa manera o estilo de enfrentar lo que nos rodea, nos sucede o nos acontece, es a lo que llamamos la actitud, que viene siendo a su vez un hábito.
La actitud puede ser positiva o negativa, ya que la influyen por una parte los conocimientos, verdaderos o falsos, y por otra la fortaleza o debilidad de la voluntad. Por ser un hábito, puede ser una virtud (actitud positiva) o un vicio (actitud negativa) que puede ser adquirido.
Una inteligencia sana, iluminada por conocimientos verdaderos, aunada a una voluntad firme, es el fundamento sólido para desarrollar una actitud positiva, ganadora, sin triunfalismos ni ingenuidades.
Los promotores profesionales de la actitud positiva hacen siempre énfasis en las creencias positivas como lo primero que hay que obtener para lograr una actitud ganadora, lo cual es correcto, pues a partir de la información de que disponemos podemos modelar nuestra forma de responder a los estímulos externos e internos, sin embargo quiero destacar que no podemos dejar de lado, por creer que se sobrentiende, el papel de la voluntad, que es la facultad espiritual que en última instancia nos sitúa ante la realidad en un plano superior o en uno inferior.
En otras palabras, depende de mi libertad, que es el ejercicio de mi voluntad, si quiero o no quiero tener actitud positiva; yo puedo decidir si a pesar a de carecer de conocimientos, asumo un actitud positiva, o si a pesar de tener grandes conocimientos asumo una actitud negativa.
Nuestras creencias, es decir, el acervo de conocimientos sensibles e intelectuales, definen en mucho nuestra actitud, pero ésta sólo se encarna en nosotros gracias al ejercicio de nuestra voluntad, de donde se siguen dos presupuestos básicos para lograr una actitud positiva: el cultivo de nuestra inteligencia con conocimientos sensibles e intelectuales positivos (ya que también existen creencia limitadoras o negativas) y el entrenamiento de nuestra voluntad para generar el buen hábito de la actitud positiva.
Dice nuestro experto Ramón Osuna que la actitud lo es todo, y esto lo entiendo en el sentido de que toda la realidad nos demanda una postura, una forma de ser, pues ante nuestra radical apertura, ya que somos seres abiertos a la realidad, ésta nos golpea a cada instante y no nos podemos sustraer a ella, y aun cuando encontremos maneras de enajenarnos (como el cine o los casinos) la realidad es terca y nos atenaza por todos lados, y la única defensa que tenemos es nuestra actitud frente a ella.
En fin, los invito a leer nuestro tema de portada que nos da algunos consejos para fomentar la actitud positiva, y también el artículo de nuestra colaboradora Nancy Hernández que nos habla sobre el proceso de toma de decisiones, con el que ejercitamos precisamente nuestra voluntad.
Espero que esta edición sea de su agrado y nos recomiende con sus amigos y compañeros. Nos vemos en la siguiente edición, Dios mediante.

jueves, 6 de octubre de 2011

Sed perfectos

¿Aspirar a la perfección es una ilusión o es una verdadera obligación? Naturalmente tendemos a la perfección, no somos perfectos, sino perfectibles, pero nuestra radical orientación hacia lo perfecto (lo pleno, lo acabado) es el riel sobre el que corre nuestra realidad, es el fundamento sobre el que se levanta nuestra sociedad y el faro que nos sirve de referencia para medirnos y medir a los demás, y así hablamos de padres perfectos, perfectos empresarios, perfectas obras de arte, perfecto padre de familia, perfecto político, perfecto estudiante, etc.
Es evidente que la perfección realizada en los distintos seres de la que hablamos es relativa a una perfección ideal que nos sirve de modelo, aun cuando no estemos conscientes de ella. Esta es la razón por la que la publicidad aspiracional rinde tan buenos dividendos y es tan socorrida, porque nos muestra sujetos que aparentan cierta perfección que es deseable, que nos jala naturalmente.
Los productos y servicios tienen calidad en la medida que logran cierta perfección que los hace apetecibles al ser humano, igualmente las personas son exitosas en la medida que logran su propia perfección. Y no me refiero aquí al éxito económico, sino al éxito como persona, que se logra en la medida que la persona humana logra desarrollar plenamente su potencial.
Recientemente escuche a un filósofo argentino disertar sobre el egoísmo y el sano amor a sí mismo y hacia una distinción clara y precisa entre estos dos conceptos, decía él que el egoísta vive para sí mismo, siempre buscando su comodidad y es capaz de cualquier cosa, incluso de pasar por encima de otros, para satisfacerse y para preservar su comodidad, mientras que quien tiene amor a sí mismo busca su desarrollo pleno, el cual pasa necesariamente por ayudar a otros a que logren lo mismo, es decir, busca su perfección ayudando a otros, con su ejemplo, a ser perfectos.
Naturalmente, como no somos perfectos, sino que aspiramos a la perfección, hay excesos en los extremos de esta actitud. ¿Quién no conoce al perfeccionista cuasi-obsesivo-compulsivo que no perdona ni el mínimo detalle, que es inflexible si no se hacen las cosas como él cree que son perfectas?, ¿o quién no conoce al clásico hay-se-va, a quien le importa un comino los detalles? En ambos casos hay desorden, por exceso o por ausencia.
Sin embargo, examinemos nuestras aspiraciones y siempre encontraremos que deseamos alguna perfección, en las cosas y en las personas que tratamos, y no debemos de perder de vista que también aspiramos nuestra propia plenitud, que es mejor conocida con el mágico nombre de FELICIDAD.
Así es, logramos ser felices en la medida que avanzamos en el camino de nuestro auto perfeccionamiento, de nuestro desarrollo pleno como personas. Cuando alcancemos el modelo ideal que Dios ha establecido para nosotros desde la eternidad, entonces habremos logrado nuestra absoluta felicidad subjetiva.
Entonces, si la Verdad nos conmina diciendo: Sed perfectos… quiere decir que tenemos la obligación de buscar la perfección y esta tendencia aspiracional no es una mera ilusión, sino un deber que cumplido nos hará cada día más felices.