jueves, 6 de octubre de 2011

Sed perfectos

¿Aspirar a la perfección es una ilusión o es una verdadera obligación? Naturalmente tendemos a la perfección, no somos perfectos, sino perfectibles, pero nuestra radical orientación hacia lo perfecto (lo pleno, lo acabado) es el riel sobre el que corre nuestra realidad, es el fundamento sobre el que se levanta nuestra sociedad y el faro que nos sirve de referencia para medirnos y medir a los demás, y así hablamos de padres perfectos, perfectos empresarios, perfectas obras de arte, perfecto padre de familia, perfecto político, perfecto estudiante, etc.
Es evidente que la perfección realizada en los distintos seres de la que hablamos es relativa a una perfección ideal que nos sirve de modelo, aun cuando no estemos conscientes de ella. Esta es la razón por la que la publicidad aspiracional rinde tan buenos dividendos y es tan socorrida, porque nos muestra sujetos que aparentan cierta perfección que es deseable, que nos jala naturalmente.
Los productos y servicios tienen calidad en la medida que logran cierta perfección que los hace apetecibles al ser humano, igualmente las personas son exitosas en la medida que logran su propia perfección. Y no me refiero aquí al éxito económico, sino al éxito como persona, que se logra en la medida que la persona humana logra desarrollar plenamente su potencial.
Recientemente escuche a un filósofo argentino disertar sobre el egoísmo y el sano amor a sí mismo y hacia una distinción clara y precisa entre estos dos conceptos, decía él que el egoísta vive para sí mismo, siempre buscando su comodidad y es capaz de cualquier cosa, incluso de pasar por encima de otros, para satisfacerse y para preservar su comodidad, mientras que quien tiene amor a sí mismo busca su desarrollo pleno, el cual pasa necesariamente por ayudar a otros a que logren lo mismo, es decir, busca su perfección ayudando a otros, con su ejemplo, a ser perfectos.
Naturalmente, como no somos perfectos, sino que aspiramos a la perfección, hay excesos en los extremos de esta actitud. ¿Quién no conoce al perfeccionista cuasi-obsesivo-compulsivo que no perdona ni el mínimo detalle, que es inflexible si no se hacen las cosas como él cree que son perfectas?, ¿o quién no conoce al clásico hay-se-va, a quien le importa un comino los detalles? En ambos casos hay desorden, por exceso o por ausencia.
Sin embargo, examinemos nuestras aspiraciones y siempre encontraremos que deseamos alguna perfección, en las cosas y en las personas que tratamos, y no debemos de perder de vista que también aspiramos nuestra propia plenitud, que es mejor conocida con el mágico nombre de FELICIDAD.
Así es, logramos ser felices en la medida que avanzamos en el camino de nuestro auto perfeccionamiento, de nuestro desarrollo pleno como personas. Cuando alcancemos el modelo ideal que Dios ha establecido para nosotros desde la eternidad, entonces habremos logrado nuestra absoluta felicidad subjetiva.
Entonces, si la Verdad nos conmina diciendo: Sed perfectos… quiere decir que tenemos la obligación de buscar la perfección y esta tendencia aspiracional no es una mera ilusión, sino un deber que cumplido nos hará cada día más felices.

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